Bienvenida

Espero que os gusten estas historias cortas; y algún que otro poema, si es que se me ocurre subir alguno.
Remember your colour

lunes, 23 de enero de 2017

TRACK 3: KARATE.

Color añíl.


Canción que te ponga feliz.

Nosotras creíamos ser expertas en el famoso arte del karate, que nada podría vencernos; sin embargo, ahí estábamos, tiradas en el suelo como muñecas de trapo con las que se habían cansado se jugar.

Llegamos al pequeño apartamento en el que vivíamos las tres, ni siquiera nos cambiamos de ropa. Sin decir nada cada una se fue a su cuarto y ahí esperamos hasta quedarnos dormidas.

* * * Al día siguiente* * *

Me levanté al volver a vivir nuestra amarga derrota en una horrible pesadilla. La luna continuaba brillando en el cielo y mi reloj marcaba las cuatro de la mañana.

Me dirigí a mi armario y saqué de este la percha en la que se encontraba mi kimono de karate junto con mi cinturón negro. Las escenas de ayer volvieron a pasar por mi cabeza como si de una película se tratase.

—¡Maldita sea!– mis rodillas se hincaron en el suelo del dormitorio.– Debería haber impedido que les hicieran daño a ellas, debería haberlas protegido.

Cerré mi puño apretando así las ropas que usaba para practicar aquel deporte que tanto me fascinaba, aquel arte en el que solo podías avanzar hacia delante.

"Incluso si nuestras lágrimas caen, seguiremos luchando. . . más con nuestros puños. . . más con nuestro corazón"– ¿Cómo olvidar aquellas palabras que incansablemente repetíamos antes de empezar los entrenamientos?

Abrí la puerta de mi cuarto dispuesta a irme al dijo al que tanto yo como mis amigas hemos ido desde que éramos pequeñas; o al menos, esa era mi intención principal. . .

—¿A dónde vas tan tarde?– Me giré y vi a mis grandes amigas de la infancia, una de ellas estaba apoyada en la otra, los labios de las dos estaban ligeramente curvados hacia arriba.

—No somos ningún fantasma para que te quedes callada mirándonos.– Comenzaron a reírse, poco después yo las acompañé en sus carcajadas hasta que finalmente nos calmamos.– Entonces ¿Cuándo has dicho que nos ibas a responder?

—Ah, quería ir al dojo a practicar.

—¿A las cuatro y media de la mañana? Muy lógico.

—Yo tampoco puedo soportar que alguien nos haya ganado y estoy ansiosa por volver a retomar las prácticas, pero. . .– Bostezó.– Debemos descansar bien para poder esforzarnos al máximo.– Volvió a bostezar y se giró para volver a su cuarto.

—Nunca cambiará.– Susurré.

—Tú tampoco has cambiado mucho.– Dijo después de reírse al escuchar mis palabras.– Sigues siendo lo mismo de impulsiva y activa que de pequeña.

—Puede ser.– Me reía a la vez que recordaba todos los momentos que hemos vivido juntas.
Incluso si nuestros espíritus están rotos, seguiremos luchando. . .– Parece que ella también recordó las palabras que siempre repetíamos.

Y seguiremos seiya soiya luchando, incluso si entristecemos o si caemos al suelo♪– Una dulce voz atravesaba la puerta.

Ambas nos miramos con una leve sonrisa en los labios. En ese momento supe que por más que perdiera en una batalla, siempre tendría a mis amigas para ayudarme a levantarme.

La creación maestra de Muramasa.

Color naranja.


Durante la Era Tokugawa, las espadas Muramasa (llamadas así por el conocido clan que las forjaba) fueron declaradas como armas malditas y ganaron la fama de tener una sed insaciable de sangre (debido a las múltiples desgracias que trajeron consigo a la familia de shogunes). Su uso fue prohibido; ya que, el hecho de conservar una de estas katanas, sería considerado traición.




Narran las leyendas, que para asegurarse de que las Muramasa no volvieran a salir a la luz, los propios descendientes de la familia de forjadores, fueron maldecidos por el consejero del shogun Ieyasu Tokugawa; siendo así, obligados a cuidar esas espadas incluso después de sus muertes hasta que nacieran sus primogénitos.


* * * Nacimiento* * *

La familia Muramasa estaba consumida por el gozo, una bella niña acababa de llegar al conocido clan de forjadores; y con ella, las esperanzas de que: cuando a los padres primerizos les llegara la hora de partir, pudieran irse al otro mundo sin que sus almas se mantuvieran encadenadas a las tierras a las que antes llamaban hogar.

La recién nacida no paraba de soltar fuertes llantos y gritos, como todos los bebes, pensaréis los lectores; pero lo que ninguno de vosotros sabe, es que: ese débil montoncito de cartílago, células y órganos, lloraba mucho más que los demás, como si practicara sus lamentos para su juventud y etapa adulta.

Sus padres pensaron que eso era una buena señal; ya que, cuantas más lágrimas gastara de pequeña, menos le quedarían para su futuro, hecho que llenó de tranquilidad y satisfacción, más al varón que a la madre.

—¿Crees que esta delicada chica podrá soportar el terrible futuro que le espera?– Preguntó la agotada mujer con la pequeña cría en su pecho.

—Cuando nuestra hija crezca, aunque sufra mil y una vez, seguirá flotando cual flor de loto.– Respondió el padre convencido.– Su nombre será Ren, Muramasa Ren.– Sentenció finalmente.

—Ren. . .– Su madre repitió su nombre con un rostro y voz enternecidas.– Es un nombre precioso, cariño.– La cabeza de la cría fue acariciada con muchísimo cuidado.

Su llanto se apaciguó, ahora estaba abrazando uno de los pechos de su madre, el izquierdo concretamente, como si quisiera ser acunada por los relajados latidos del corazón de aquella mujer a la que, cuando comenzara a hablar, llamaría madre.


* * * Infancia* * *

Los pequeños ojos que antes estaban cerrados, ahora enseñaban un bonito color escarlata, señal de que cargaba la maldición de la inmortalidad hasta que ella también diera a luz; su cabecita lisa, ahora tenía un bonito y corto pelo negro como la oscuridad.

La chica tenía una vida alegre, a pesar de no tener ningún amigo; ya que, todos eran espantados por esos preciosos ojos rojos, que la mayoría creía que eran de un monstruo.

—Aléjate de nosotras, monstruo, vuelve con tu familia maldita y déjanos a las personas normales poder seguir viviendo nuestra vida felizmente.– Le gritó una chica más o menos de su edad cuando la pobre Ren se acercó a un grupo con la esperanza de hacer amigas.

—L-lo siento, y-yo solo quería. . .– Antes de que pudiera terminar sus palabras de arrepentimiento se encontraba tirada en el suelo por culpa de una chica que la había empujado.

Ella se levantó del suelo, sus ojos parecían haberse escondido en una profunda oscuridad, y sin mediar más palabras se giró y se fue a la sombra de un pequeño árbol situado encima de una colina, esta estaba muy alejada del pueblo y muy pocas personas, por no decir ninguna, solían frecuentar esa zona; por esa razón, era el lugar en el que más tiempo le gustaba pasar.

Desgraciadamente, no pasaba mucho tiempo hasta que rompía a llorar y a llamarse a si misma monstruo.

—Soy odiosa, si tan solo hubiera nacido con unos ojos normales, podría haber tenido alguna que otra amiga.– Sus manos ocultaban esos ojos a los que tanto culpaba de su soledad.

—Cuidado ahí está el demonio. Tened cuidado, no os acerquéis a ella podría devorar vuestras almas con una sola mirada directa a los ojos.– A pesar de escuchar los fuertes llantos de la joven, estas solo escupieron sus palabras y volvieron a irse por el camino por el que habían llegado al seguirla.

* * * Adolescencia* * *

Los años para ella no parecían haber pasado. Ren continuaba refugiándose en la sombra de ese árbol, con las palmas de sus manos cubriendo tanto sus lágrimas como sus ojos. La única diferencia es: que esta vez sí que se encontraba completamente sola.
Narra ???
Conseguí escapar del castillo y llegar a un lugar de verdes campos. En él había una colina coronada por un bello árbol de rosadas hojas. Cada paso que daba más cerca de ese precioso cerezo se podían escuchar con más claridad los sollozos de una chica.
—¿Te encuentras bien?– Al ver a la dueña de aquellos llantos, no me lo pensé dos veces y me arrodillé a su lado. En ese momento lo que menos importancia tenía era mi kimono de seda.
La mirada de la chica se dirigió a mí, mostrándome unos ojos escarlata que me dejaron hipnotizado, no podía dejar de mirarla por más que lo intentaba; hasta que ella desvió su mirada
—Aaah, lo siento, no era mi intención incomodarte.– Me senté a su lado y apoyé mi espalda en el árbol, al igual que como se colocó ella.– ¿Puedo saber por qué estás aquí, tan apartada del pueblo? Y por lo que parece sin nadie que te consuele.
La chica miraba fijamente al horizonte. Sus ojos parecían brillar al ser iluminados levemente por el sol. Su cabeza cada vez se bajaba más hasta acabar depositada en sus rodillas, las cuales abrazaba. Y todo esto sin decir ni una sola palabra.
— Parece que no tienes ganas de hablar. . .– Mi mano izquierda pasó de estar descansando en una de mis piernas a acomodarse en el hombro derecho de aquella misteriosa chica.
No parecía molestarle mi tacto, pero tampoco me respondía de ninguna forma a lo que decía, lo cual me parecía algo raro pues en palacio estaba acostumbrado a no tener que repetir dos veces una pregunta.
—Ren.– Dijo en un leve susurro. Una pequeña esperanza de poder hablar con esa chica me invadió.– Mi nombre es Ren.
—Un placer conocerte Ren, yo me llamo Reiichi Tokugawa.– Le sonreí, cosa que no duró mucho, pues al ver su cara de miedo mi semblante cambió a uno de duda.– ¿Que sucede? He dicho algo malo.
—¿Has dicho Tokugawa? ¿Tu familia ha sido la culpable. . .– Su semblante se oscureció.– . . . De que los Muramasa carguen con esta horrible maldición?
Los Murarama, me suena haber escuchado ese nombre en otro momento, un día en el que hablé con mi padre, él me dijo que no me acercara a nadie que tuviera Muramasa con apellido, ya que estaban malditos e intentarían matarme.
—Aun sigo sin entender que le hicieron mis antepasados a los tuyos y puede que no sirva de mucho ahora, pero me gustaría disculparme en su nombre.
—¿Quién tendría compasión de un monstruo?– preguntó cada vez más triste.
—Pues ahora mismo estás con el idiota que la tendría.– Me señalé a mí mismo a la vez que sonreía.
Ren se levantó rápidamente, parecía tener la intención de salir corriendo; a pesar de eso, yo no le di tiempo a realizar esa acción: agarré su brazo impidiéndole escapar.
—Espera.
—Lo siento, tengo prisa debo atender unos asuntos importantes.
—¿Entonces mañana también estarás aquí?– Le pregunté. Algo en esa chica me había llamado la atención y quería volver a verla. Me pareció ver sus labios torciéndose levemente hacia arriba en señal de alegría, mas solo durante un segundo.
—Sí, siempre suelo frecuentar esta zona.– Tras esto solté su brazo y ella se alejó corriendo hacia una montaña.
Volví al palacio Tokugawa donde mi padre, el shogun, me esperaba enfadado por haberme escapado.
—Solo estuve paseando por los campos de los alrededores, te lo prometo.– Mentí por decimoquinta vez a mi padre con la esperanza de que se lo creyera.
—Si tanto insistes debe de ser verdad.– Dijo resignado.
—Padre, si me necesitas estaré en la biblioteca.– Necesitaba encontrar algún documento que me diera información sobre la familia de Ren. Espero que de verdad mañana pueda volver a verla.
~En la biblioteca real~
Aquí hay un escrito que me puede servir: "Por varios intentos de asesinato a los progenitores del clan Tokugawa con las espadas Muramasa, a toda la familia se le ha lanzado una maldición mediante la cual, siempre debe haber alguien de la familia vigilando todas esas creaciones para que no causen ningún daño al shogún de su respectiva época"
—Quizás era ese el motivo por el que ella debía irse con tanta prisa.– Continuaba pensando en que debía hacer, el hechicero que maldijo su clan murió hace tiempo. Continué pensando sobre su caso.– Ren parecía estar sufriendo mucho por su modo de vida, tiene que haber otra forma de eliminar la maldición, o al menos de ayudarla a ella.

* * * Etapa adulta* * *

Narra Ren.

Desde aquel día que conocí a Reiichi nos hemos reunido en esa pequeña colina siempre que hemos podido. Han pasado los años y seguimos haciendo pequeños encuentros, pero el día de hoy estaba más nerviosa que de costumbre, el hijo del shogún, ahora con 28 años me informó de que tenía que comentarme algo muy importante para él.

—Hola Ren ¿Qué tal estás?– La misma sonrisa de tonta se me dibujó otra vez en el rostro al ver su cabello largo recogido en una coleta que caía por su hombro izquierdo y su radiante sonrisa.

—Muy bien, gracias.– Estaba tan nerviosa que no tartamudear me resultó extraño.

—¿R-recuerdas que tenía algo importante que decirte?– Yo asentí a su pregunta. Él simplemente agarró mi muñeca y tirando de esta me guió a otro lugar.– Quiero decírtelo en el castillo donde nadie pueda molestarnos.

—P-pero si por esa colina no pasa nadie, a-además en el castillo hay sirvientes y también está. . . Tu familia.– Lo que sea menos ese lugar, lo último que quería es pisar el lugar en el que mi familia fue condenada a la vida eterna hasta crear descendencia.

—Confía en mí.– Paró de andar y se giró hacia mí.– Prometo que no dejaré que te pase nada.– Me abrazó. A su espalda podía ver un bonito jardín digno de la realeza, por lo que supuse que ya habíamos llegado al castillo.

—Te amo Ren.– Me susurró en el oído para después robarme un pequeño beso, que si de mi hubiera dependido lo habría correspondido.– Desde aquel día en el que te vi llorando comenzaste a llamar mi atención; ver el sufrimiento por el que pasabas junto con tus lágrimas, me hizo darme cuenta de una cosa: No quería verte pasarlo mal nunca más. Quiero verte sonreír cada día de mi vida, poder ser el único que vea tu pelo suelto, que amanezcas abrazada a mí sabiendo que siempre me tendrás a tu lado. Y si es necesario, escaparemos de aquí para poder vivir unidos.

—Re-Reiichi.– Varias lágrimas se escaparon de mis ojos. Tras esto volvió a besarme, dejándome corresponderlo esta vez.– Acepto.

Narra MT.

Como El joven Tokugawa predijo: su padre se negó a que él se casara con una mujer cualquiera, obviamente no iba a decirle que era de la familia Muramasa; así que, tal y como planearon, a los dos o tres día los dos juntos escaparon de esas tierras hasta alejarse lo máximo posible de la capital.

En una pequeña casa apartada de una pequeña población y con un pequeño árbol de sakura en pleno crecimiento, allí fue donde Ren dio a luz a un niño; de pelo oscuro, como su madre; y una sonrisa y ojos ámbar como su padre.

—Con esto ya me he liberado de la maldición, pero cómo podré ayudar a esta pequeña criatura.– Su voz era apagada al imaginar el futuro que a su retoño le esperaba.

—Ren.– Su esposo abrazó la cintura de su mujer acercando mas a su cuerpo tanto a su recién nacido hijo como a su esposa.– Lo siento pero no he podido encontrar ninguna forma de quitar la maldición.

– Depositó un beso en la frente de su hijo.– Ichiban, lo siento mucho, espero que no nos odies por traerte al mundo.

El pequeño niño mostró una bonita sonrisa a ambos.

* * * Infancia de Ichiban* * *

—¿Madre, qué estás haciendo?– El chico observaba atentamente como su madre modelaba un extraño pedazo de metal con un utensilio similar a un martillo.

—Ten paciencia Ichiban, en unos días lo sabrás.

* * *

El cumpleaños del chico llegó y con eso, el momento de ver el regalo de sus padres.

—Aquí tienes hijo.– Su madre le extendió una katana enfundada en una vaina, esta parecía ser muy resistente y con una hoja tan afilada como para cortar el grueso tronco de un árbol.– No viviremos para siempre y algún día tendremos que abandonar este mundo, queremos que guardes siempre esa katana para que siempre estemos contigo.

Ichiban emocionado les dio un fuerte abrazo a ambos a la vez y al separase de ellos curvó sus labios hacia arriba en una sonrisa.

—Prometo que siempre tendré esta espada conmigo.– desenvainó el arma y vio que la empuñadura tenía los kanjis de su nombre escritos en ella.