Color negro.
Miré el
calendario por décima vez esa semana: miércoles 27 de diciembre del 4.999, con
motivo del nuevo milenio que en pocos días comenzaríamos y de los grandes e
importantes avances realizados en los campos de robótica y mecánica, cada comunidad
autónoma de España decidió celebrarlo a su
manera.
En varios puntos
de Andalucía; como por ejemplo: Terra Mágina, comarca de la que renace mi
familia, se estaba organizando un concurso de cuadros. En las bases de este
concurso ponía bien claro que los materiales utilizados debían ser pinturas al óleo, las cuales se me da bastante
bien usar y que el cuadro, ya fuera real o imaginario, debía de estar basado en
dicha comarca .
Las personas más
cercanas a mí, y conocedoras de mi gran gusto por este arte, me insistieron
cientos de veces en que me presentara al concurso, a pesar de que yo hubiera
rechazado mil veces esa sugerencia.
Tanto agobio me
causaron con su persistencia que, gritando todo lo posible para que quedara
bien claro, les dije que participaría en ese concurso para que, al menos,
pudiera estar un día tranquilo sin escuchar las palabras: “Por favor, hazlo por
mí” o “Si quieres tú me dices qué debo pintar en el cuadro y tú lo presentas
con tu nombre”.
Mis ojos se
desplazaron a los óleos y después al lienzo que pintaría, este seguía blanco
desde el primer día que me decidí a participar; para empeorar las cosas, pensar
en cómo llenarlo de vida solo conseguía que mis ansias por acabar pronto
llegaran al límite en el que, cuando al fin terminaba mi obra, si es que la
podía llamar así, no tuviera ningún rasgo que pudiera identificar como mi
estilo característico, ese estilo que se bastaba de una simple ojeada para
identificar al pintor, es decir yo.
La verdad sea
dicha: mi tierra no me inspiraba en nada a la hora de crear, según la opinión
colectiva, mis maravillosos cuadros; y pintar cualquier cosa para inventarme
posteriormente cualquier tontería que enlazara mi creación con la comarca en la
que se realizaría el concurso no me parecía correcto.
-¡¿Todavía no
has empezado a pintar?!- Me vi obligado a girarme por el fortísimo grito que
soltó mi madre.- Siendo tú, seguro que ya estarías pensando cuál será el
próximo cuadro que harás.- Sentía que su voz estaba decepcionada.
-Y ahora es
cuando me sueltas la típica frase: “Si no te hubiera pedido que participaras en
el concurso lo habrías presentado al día siguiente de enterarte y sin dudarlo”
¿Me equivoco?- Su cara formó una mueca que amenazaba con soltar carcajadas,
pero a los pocos segundos se calmó y adoptó un tono tranquilizador.
-Sé que si te lo
propones puedes crear una obra de arte sublime, solo necesitas esforzarte un
poco, el resto verás que se termina solo.- Al contrario de la finalidad de
alentarme a comenzar a pintar, esas palabras me enfadaron tanto que solté todo
mi estrés acumulado en un buen grito.
-¡Cómo si fuera
tan fácil! ¡No puedes ponerte a buscar debajo de las piedras la inspiración,
así no conseguirás nada!- No le di a mi madre tiempo para que reaccionara, me
puse mis patines aéreos y como si tuviera prisa por llegar a algún sitio salí
de mi casa.
Tras mucho
patinar me detuve encima de una alta colina,
desde la cual se podía ver bastante bien todo el pueblo y, cómo no,
todos los edificios mínimamente importante como: la iglesia, el castillo… ¿La
otra iglesia? Con razón la inspiración no quiere acercarse a mí cuando se trata
de este enano lugar.
La noche no se
hizo esperar, en no más de media hora, ya había ahogado a todos los edificios
en la oscuridad y estos para intentar defenderse encendieron las luces.
Esto me alertó
de que era cuestión de tiempo que mi madre me llamara a través del holófono
(dispositivo similar a un teléfono, solo que este funciona con hologramas, o
proyecciones) para decirme que me calmara y volviera a casa, que todavía tenía
tiempo para pensar en qué pintar; claro que esas palabras se le olvidarán al
día siguiente, como siempre, y se volverá a repetir la misma conversación que
esta tarde, y no estaba dispuesto a seguir soportándolo.
Así es como he
llegado hasta la orilla del lago más cercano, con los costados de mis patines
escupiendo pequeños pedazos de cables, que a su vez desprendían miles de
chispas, y mi vista decidida hacia la gran masa de agua en la que pronto
entraría.
-Solo son unos
cuantos pasos, después de eso, todas tus presiones acabarán.- Me repetía a mí
mismo, no con miedo; más bien diría que eran unas enormes ansias de libertad
las que me consumían los temores y me motivaban a caminar hacia delante.- Esta
será la mayor obra de arte de toda mi vida.- Esos fueron mis últimos
pensamientos.
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